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El despertador tirano

El despertador es un tirano. Un dictador de tiempo ruidoso. Dirige nuestras vidas con mano férrea. Ejecuta nuestros sueños al alba. Los fusila puntualmente, a la hora marcada. El despertador manda en su dictadura. No tiene subversivos que lo combatan. Se perpetúa en el tiempo, por que el mismo tiempo es quien lo ampara. Si le quitas las pilas al tuyo ni siquiera lo matas. Por que hay muchos ya entre nosotros. Se convirtieron hace tiempo en plaga.

El despertador no perdona. Su tic tac es ley. Dicta la verdad como quién reza de memoria a un dios en quién no cree sin saber lo que está diciendo. Lo que fue, es y será están a sus ordenes. El pasado, presente y futuro, los vivió, vive y vivirá respectivamente.

Todo lo sabe y todo lo ve. Si llegas tarde o te adelantas. Decide si existes o si dejas de hacerlo. Si vienes o te marchas.

Está en el reloj que encadena tu muñeca, en las tostas quemadas que escupe la tostadora por la mañana… Son los días de gimnasio que te impones a ti mismo a la semana, las horas extras que metes para pagar tus vicios extras, el tiempo que nunca dedicaste a hacer aquello que realmente te llenaba.

Tiene claro su objetivo y no deja que nada ni nadie le aparte de su cita con la alarma.

Como el tiempo es algo exacto, nunca falla. No da lugar al error, es preciso y calculador como las agujas que lo cuentan en voz baja. Es Omnipresente y está siempre atento a lo que pasa. Tenaz e impasible nos vigila de uno en uno y a todos a la vez. Nunca duerme ni descansa. Alguien tiene que contar el tiempo que los demás gastan.
El despertador no es de letras. Las humanidades se le antojan extrañas. Cree en la ciencia y la ejerce con pulcritud matemática. Las personas le son ajenas, son para él números en los que se disuelven las palabras. Como el tiempo que marca, es eterno. Sus agujas cuentan y cuentan sin descanso, engullen vorazmente horas y semanas. El despertador es un soldado del tiempo que quiere morir por su patria. Que no conoce otra dimensión que la propia ni quiere hacerlo por si la suya se desploma en su interior y queda parada, sin más segundos que marcar ni alarmas que obliguen a hacer cosas que a nadie le apetece hacer por la mañana. Por eso no tiene amigos ni nadie quiere tomarse con el unas cañas. Siempre está hablando del tiempo y se repita como las horas y minutos que marca.

El despertador fue reloj en su día, pero le ascendieron pronto a encargado. Probó mandar y le gustó, le gustó demasiado. Antes marcaba las horas solo para decírselo a la gente cuando le preguntaban, no andaban a la carrera sus agujas, sin prisa tan sólo avanzaban. Pero hoy recuerda a todos en qué hora estamos aunque nadie se lo pregunte. Ordena el ritmo de las cosas y su estado. Se extiende silencioso imponiendo su progreso puntual y despiadado. Aún así hay naciones que aún no ha podido conquistar. Allá en los montes su eco no encuentra replica que le conteste, le quedan lugares por invadir… Se pierde en la nada su medida por innecesaria. La naturaleza tiene un ritmo propio y no necesita de su alarma. Marca su paso ajena a las horas de los hombres.

El despertador vive en las ciudades por que no le gusta el campo. Nunca le hicieron mucho caso por allí y prefiere estar donde es escuchado. Un rey no puede reinar sino tiene siervos que acaten su mandato. Y en la ciudades viven a miles, por millones se pueden contar sus basállos. La ciudad es un terreno fértil para horas y citas. Para reuniones en despachos. La gente se reúne y queda con más gente y todos corren para llegar a un sitio o se tienen que marchar con prisas para ir al trabajo. Es por eso que el despertador campa a sus anchas entre el gris de sus ciudadanos, y disfruta poniendo orden y horarios en sus vidas. Jugando con ellos sin tenerlos en cuenta. Les levanta a todos por la mañana, bien temprano. Y les obliga a dormirse aún cuando apenas hay ganas de dormir para escuchar al día siguiente su aburrida alarma bien temprano, otra vez.

Entre medias te recuerda que tienes que comer, ir al banco, llamar a tu novia o sacar al perro. Siempre está dando por el culo el despertador. Incansable en su contar sin concesiones. Aburrido como el tiempo mismo que pasa sin más por pasar. Y él ahí, contándolo sin nada que hacer. El despertador es un tirano pero sufre en sus propias carnes su dictadura. No puede dejar de contar el tiempo por que no quiere, no por que no pueda. Y nunca ha querido dejar de hacerlo, pero si por lo que sea algún día se convenciera de ello ni si quiera podría. Es esclavo de si mismo, de su métrica rutina. Burócrata de su propia tiranía.

El despertador es dogmático. Metódico en su compás. No hace preguntas y sigue contando. No le interesa por que el tiempo debe ser registrado. Acata su destino resignado. No se plantea si quiera cambiar de ritmo ni para tomar distancia por si acaso no vaya a ser que cambie de idea.

Le es fiel al tiempo y lo defiende a capa y espada. Sin argumentos, sin justificaciones. No caben matices que discrepen. Como quien cree en algo ciegamente aún sabiendo que puede no ser del todo verdad. Y por eso al que pone en duda al tiempo y su régimen le despierta antes para que sepa con quién se la está jugando, que nunca se le engaña sin pagarlo. Se pone nervioso si algo se le adelanta o retrasa por que todo está bajo su control y nada se le escapa. O si...

El despertador es un dictador. Pero todos los tiranos caen, a todos les llega su hora.
El despertador tirano
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El despertador tirano

(e) Xabier Mendibe Salazar (i) Luis Mazon

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